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La cultura de la cancelación es un tema que ha venido
ganando espacio en las discusiones actuales con mayor frecuencia,
alimentado por casos del ámbito artístico
y del entretenimiento, así como también académico, que han despertado la
indignación de muchas personas desde los distintos estrados ideológicos que
ocupan. Casos relacionados con el racismo, el abuso sexual, etc., que nos llevan a replantearnos nuestras creencias
y posturas sobre ciertas figuras, hechos y productos artísticos.
¿Es algo realmente nuevo todo esto? Conviene tener
claro la diferencia que existe entre “cancelar” y “censurar”. La censura siempre
ha existido por causas políticas, ideológicas o religiosas, y mayormente ha consistido en desaprobar o prohibir obras e ideas que no coinciden con
un determinado sistema de creencias o principios, o al menos promover su prohibición. Casos de sobra hay en la historia de obras
censuradas e incluso de personas asesinadas por sostener ciertas ideas
contrarias. Ahora bien, la censura en la
actualidad no siempre llega a esos términos drásticos, a veces se limita a la eliminación de determinado fragmento o escena
de un material escrito o audiovisual, y con frecuencia el material original
sigue circulando, aunque ya no para el público
en general. En cambio, la cancelación es un acto de abolición, de suprimir. En
resumen, aunque ambos términos están relacionados, la censura no siempre lleva
a una abolición, que es el caso de la cancelación. Es importante tener claro
esto, pues, ciertos casos que se le atribuyen a la determinada cultura de la
cancelación son cuestiones de censura que nada atentan contra la existencia de algunas obras o productos en el ámbito artístico o intelectual.
Ahora bien
¿Es necesario cancelar o censurar ciertas obras o personas? Considero que
ninguna de las dos, al menos en el mundo académico o artístico. Nuestra historia
ha estado marcada por hechos, obras y personas reprochables, pero estemos o no de acuerdo son parte de
nuestro pasado, de nuestra cultura, y no
podemos pretender que no existieron a través de la censura o la cancelación.
Por algo se dice que quién no conoce su
historia está condenado a repetirla. Asimismo, considero que no se puede juzgar
los hechos o las personas del pasado, con el lente de nuestra época, todo
responde a un contexto y si hoy en día somos
capaces de observar en ese pasado acciones incorrectas se los debemos a años de evolución y aprendizaje que tal vez
partieron de una reformulación de la sociedad a partir de tales hechos. Entender también, que existía una moral
diferente y un nivel de conocimiento sobre la realidad no comparable con el
nuestro.
No
obstante, esto no implica que debamos justificar tales hechos o personas por
responder a un contexto y a un sistema de creencias y valores distintos. La
crítica es necesaria, pero no pretendamos borrar aquello con lo cual no estamos
de acuerdo o restarle el valor que posee dentro de nuestra cultura o nuestro
desarrollo social. Hay que ver el pasado
con el lente actual, pero asumiendo una postura objetiva frente al mismo.
Un punto
que conviene tratar por separado es el caso del artista y su obra. Ha sido
amplio el debate respecto a si conviene analizar a ambos por separado o es
necesario verlos en su conjunto. Es evidente que en toda obra artística se
perfila explícita o implícitamente la ideología o la cosmovisión particular de
su creador. Considero que el análisis va a depender desde el enfoque que se
realice. En algunos casos será conveniente ver la obra junto al autor, en otros
no tanto. Es cierto que el partir de determinados
aspectos sobre la vida y conducta del
artista nos puede prejuiciar en torno al contenido de su obra, por eso es importante tomar en cuenta desde
qué perspectiva hacemos la observación para obtener una mirada más objetiva.
Ahora bien,
con lo que no estoy de acuerdo es que se pretenda defender al artista por el
hecho de aportar con su obra, no podemos ignorar sus actos condenables, si
estos existen. Ante todo es un ser humano, como el resto, y ser artista no
puede eximirlo de ciertas culpas. Si bien, no podemos ocultar o eliminar su creación, pero tampoco disculparlo por su calidad de persona privilegiada, con ello
estaríamos cometiendo un acto de doble moral.
Para
terminar, no veo peligro alguno en la censura, esta ha existido y siempre existirá,
pues, nunca podremos ponernos de acuerdo respecto a las cuestiones morales e ideológicas.
Ahora bien, el peligro está en convertirla en cancelación, pues implicaría borrar
elementos que forman parte de nuestra historia y cultura. Viendo el lado positivo
de esto, este movimiento nos ha hecho revisar ciertos eventos, personas y
productos con un mayor conocimiento sobre la realidad para darnos cuenta de conductas
y valores que no eran correctos, aunque para la época no lo sabíamos. Este ejercicio
es necesario, y en general conviene observar todo con un sentido crítico para
no dejarnos manipular y tener nuestro propio criterio al respecto. Ya la decisión
de no consumir la obra por las acciones reprobables de su autor u otras razones,
le compete a cada quién hacerlo, pero no
privemos a las futuras generaciones.
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