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El siglo XX trae consigo una de las revoluciones más significativas en el ámbito artístico. La estética se consolida como disciplina gracias a las aportaciones de diferentes autores que pretenden analizar el fenómeno artístico del momento desde una perspectiva filosófica. En medio de los grandes acontecimientos del siglo, entre ellos la Primera y Segunda Guerra Mundial, los movimientos de vanguardia ejercen una influencia decisiva en todas las manifestaciones artísticas, redefiniendo el concepto del arte mediante expresiones cada vez más insólitas.
Todo este proceso, impulsado por un sentimiento de rebeldía de los artistas de la época, tiene sus antecedentes en la nueva estética instaurada por los simbolistas a finales del siglo XIX. Entre ellos se destacó especialmente Charles Baudelaire, cuya influencia sería decisiva en el arte de aquel entonces. Con él y los demás miembros del simbolismo se produce un cambio de sensibilidad, que pasaría de la poesía a la pintura por medio del impresionismo, movimiento que adoptó en el ámbito pictórico los principios individuales y de percepción del simbolismo literario. Los impresionistas salieron de los talleres artísticos a pintar a la intemperie las impresiones que le suscitaba el entorno y con ello dieron los primeros pasos para independizarse de los convencionalismos artísticos.
Se produce el fin del arte, tal como se conocía convencionalmente, para dar paso a nuevas manifestaciones artísticas; a un “nuevo arte”. El término de arte se convierte entonces en un concepto abierto, como señala Weitz (1989), que se expande cada vez más, incorporando todo tipo de expresiones, que más que producir belleza buscan generar sorpresa, escándalo, espanto… También se torna en un concepto contextual. Ya la pregunta no sería ¿Qué es el arte?, sino ¿Cuándo algo es arte?, tal como dice Goodmann (1990).
En esta revolución influirían también los progresos industriales y tecnológicos. Con la invención de la fotografía, la pintura se vio retada a dejar a un lado el realismo y buscar nuevas formas de expresión. Asimismo, algunas manifestaciones artísticas incorporarían elementos de este nuevo contexto urbanístico. Se produce la transversalidad de los géneros, que trae la integración de diferentes expresiones artísticas en una misma obra.
En este periodo se suceden múltiples movimientos artísticos, uno tras otro, con una duración efímera, puesto que lo que se buscaba era la novedad y la constante renovación estética. Y cada movimiento reacciona contra los demás, en una especie de conflicto ideológico. Entre ellos cabe destacar el surrealismo, fundado en París, por André Bretón, que incorporó la experiencia onírica en la expresión artística, influenciado por las teorías psicoanalistas, tan en boga en aquel entonces bajo la figura de Sigmund Freud.
En definitiva, la estética del siglo XX, es la estética de lo novedoso, lo extravagante, lo grotesco y lo sorprendente. Acarrea con una serie de cambios significativos en el curso del arte, que constituirían las principales características compartidas por los diferentes movimientos de vanguardia. Entre estas transformaciones cabe señalar: el cambio de la concepción de la realidad, donde lo real incorpora lo irreal; la inclusión de lo fantástico y lo maravilloso; el rechazo a la naturaleza y a los preceptos estéticos tradicionales, y un afán por la novedad y el arte experimental.
Bibliografía:
Goodmann, N. (1968). Los Lenguajes del arte. Seix Barral. Barcelona.
Weitz, M. (1989). Arte como concepto abierto, en Dickie, G.; Sclafani, R. y Roblin, R.: Estética. Una antología crítica. 2da ed.R. St. Martin`s Press. Nueva York.
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