Netflix, 2020 |
Dark desde su título nos anunciaba una historia oscura, afianzada por esa atmósfera sombría de tonos fríos, siendo una de sus críticas la severidad del relato y falta de humor (como si el humor fuese un imperativo en las historias). Pero diferente al tono de una película de terror, esta apariencia me resulta melancólica, llegando a generarme la extraña sensación de haber visto el programa hace muchos años atrás, cuando apenas lo vi hace dos.
Uno de los discursos que se venía planteando era el determinismo en los eventos que afectaban a los personajes, quienes, tal cual tragedia griega, parecían ser esclavos del destino, en este caso representado por el tiempo. Cuando trataban de cambiar los hechos, terminaban descubriendo que eran los causantes de los mismos, en un eterno ciclo donde el comienzo se fundía con el fin. Y en este sentido, la existencia de los personajes resulta ser una especie de castigo similar a la Piedra de Sísifo, un peso que cargan una y otra vez en un eterno ascender.
Pero no hablamos aquí de la analogía de Albert Camus, no se trata de una vida rutinaria, ni del absurdismo. Se trata de la insostenibilidad de una existencia que se repite una y otra vez, marcada por los errores y el sufrimiento, restando las bondades del eterno retorno de Nietzsche. Como Kundera había dicho:
"En el mundo del eterno retorno descansa sobre cada gesto el peso de una insoportable responsabilidad. Éste es el motivo por el cual Nietzsche llamó a la idea del eterno retorno la carga más pesada".
Pero los personajes de Dark sufren de un mal distinto a los de Kundera: el insoportable peso del ser en un mundo marcado por el eterno retorno. Al final, el peso de una vida que se repite una y otra vez es igual de insoportable que la levedad de una existencia que perdura un instante.
¿Y por qué resulta insoportable? Precisamente por estar marcada por los errores y el sufrimiento. Y aquí incluso se puede hacer un examen moral. La existencia de los personajes parece ser un castigo a sus propios pecados, en una dinámica de causa y efecto en la que ellos son los que mueven el engranaje. Y no pueden escapar, no por una cuestión fatalista o porque estén bajo la influencia de una entidad divina, sino porque son esclavos de sus deseos y vulnerables ante el dolor. El dolor es la nave y sus deseos la brújula que los guía. Son víctimas de sus propias trampas, creadores de los mismos monstruos que combaten. Sí, es una existencia muy desalentadora.
¿Y cómo escapar? ¿Con el suicidio? Camus había condenado tanto el suicidio filosófico como el físico. Pero aquí no se trata de lo absurdo. En un mundo de repetición constante, una acción como esta sería insignificante. La Piedra que cargan los pobladores de Winden, aunque en un principio aparenta ser una vida monótona e insignificante, es el error en la matrix. No hay escapatoria, mas que la anulación de la existencia total.
Y es aquí donde el final cobra sentido, y la salvación llega a través de otra forma de oscuridad, liberadora, buena. Ese momento en el que los protagonistas sueltan sus grilletes del dolor y el deseo para salvar a alguien ajeno a ellos, abandonando la oscuridad que les alberga para entrar en otra distinta, a modo de justicia poética. No hay mejor descripción a este cierre que la que hace Hannah al final:
"Tuve una estraña sensación
De que eso era bueno
Que todo había terminado
Como si estuviera libre de toda carga,
Sin deseos,
Sin obligaciones,
Una oscuridad infinita,
Sin ayer,
Sin hoy,
Sin mañana,
Sin nada."
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