Arte por Mark Wagner Fuente |
La necesidad de trascendencia artística que caracteriza a los artesanos conlleva a la búsqueda de perfección estilística, y esta repercute muchas veces en éxito rotundo, pedantería o en aceptación hiperbólica por parte de las masas, como es el caso de los best sellers.
El arte en primera instancia nace a modo de necesidad, en un momento histórico donde primaba la resolución de problemas que hoy resultan minúsculos, pero que en la prehistoria suponían todo un reto, como la fabricación de herramientas para la caza de animales; elaborar objetos cilíndricos o contenedores donde poder depositar dicha caza para su posterior preparación, y la creación de utensilios culinarios (cucharas, cucharones, tenedores) para manipular los alimentos sin sufrir quemaduras. No obstante, esta acepción ha ido evolucionando conforme cambian las necesidades del hombre, las cuales están condicionadas por los avances de la sociedad en materia económica y la sistematización del aspecto distributivo de los bienes.
El surgimiento del dinero como activo que representa el poder adquisitivo, constituye un desafío para la creación artística pura, tanto así, que hay quienes lo aclaman como si fuese un auténtico habitante del helicón, al momento de licitar inspiración. Es así como las obras compuestas bajo los efectos de este "estupidfaciente", tienden a ser acogidas solo por El Apocalíptico de Humberto, El Narciso de Eco o El Hombre Oveja del bigote filosofal.
Resulta satisfactorio para cualquier autor contar con sustento económico estable hasta cierto punto, ya que cuando dicho privilegio da paso al confort desmedido, condiciona la vida del artista, y esta a su vez su manera de interpretar la realidad. Dicho esto, si el arte es la representación de las percepciones provenientes del entorno que envuelve al artesano, vistas desde su propia realidad, entonces dichas percepciones son en esencia producto de la tipicidad contemplativa del artista, respecto a las cosas inherentes a la realidad, es decir, que el mundo no lo vemos como es, sino que lo concebimos tal cual somos nosotros.
La pobreza, el desamor, la infelicidad, el insomnio y la intranquilidad, es lo que cobra el buen arte por ser escrito. Cuando el artista cultiva estos síntomas tiende a tener un estilo tosco, ideas más tangibles y un alto grado de clarividencia en su búsqueda de lo auténtico, estableciendo una relación estrecha entre lo que piensa, lo que siente y lo que hace. También, puede decirse que el sacrificio que supone la creación artística pura, es similar al autoflagelo practicado por algunos religiosos para entrar en contacto con lo divino.
En conclusión, el artista no está supuesto a lucrarse con el arte, sino que ha de ser él mismo quien ha de pagar por este.
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