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El Señor de los Anillos y la renovación de la mitología en la contemporaneidad

Imagen de los Puertos Grises en la adaptación cinematográfica del Retorno del Rey, New Line Cinema (2003)

Es muy probable que al escuchar el título El Señor de los Anillos se nos pase por la mente esas películas que conmocionaron tanto a principios del presente siglo XXI, llegando al punto de convertirse en patrimonio de la cultura pop. Pero detrás de toda esa exposición audiovisual y parafernalia comercial, se encuentra la obra de un escritor, que, como la autora de Frankenstein, terminó siendo devorado por el monstruo que creó. Pero no vamos a detenernos en abordar cómo la explotación cinematográfica y mediática ha afectado la obra de J. R. R. Tolkien, sino hacer una revisión de esta desde un enfoque literario.

J. R. R. Tolkien, un autor de amplia cultura filológica, legó a través de sus escritos un conjunto de mitos modernos de gran valor. Toda su obra rezuma de un intenso aroma a tradición y folclore, aspecto que no es fortuito, ya que Tolkien, como conocedor y amante de los relatos antiguos y las sagas inglesas, impregnó sus escritos de aquella influencia ancestral, con el propósito de crear una mitología que le fuera propia a Inglaterra, ante la carencia de una tradición amplia y significativa en comparación con la literatura grecorromana. Así El Señor de los Anillos constituye la pieza de un proyecto mayor al que Tolkien le dedicó gran parte de su vida como escritor. La obra constituye una historia más de las tantas que ocurren en el complejo universo creado por el profesor.

  Para entender esta gesta portentosa, hay que verla desde su propio contexto ficticio. La historia transcurre en un mundo similar al nuestro, pero con su pasado y leyes propias, un mundo que evoca a épocas antiguas y entornos medievales, un lugar donde los mitos y las cuestiones sobrenaturales pueden encajar sin verse como fantasías inverosímiles. Ese contexto es Arda, cuyo origen e historia el profesor aborda en el Sirmarillion. El escenario principal de este será la Tierra Media, un continente amenazado por la presencia de una fuerza maligna que aparece encarnada en la figura de Sauron.

El argumento es bastante conocido: ante la amenaza de este mal latente, Frodo, un pequeño Hobbit, emprende un largo viaje junto a sus compañeros con el propósito de destruir el Anillo Único, un objeto que guarda a su vez la ruina y la última esperanza del mundo.  De ser destruido, significaría el fin para el mal, pero de llegar en las manos del enemigo, resultaría la ruina de todos.  El viaje hacia su destrucción se ve marcado por grandes obstáculos y peligros, en los que los personajes involucrados son puestos a prueba.

A lo largo de este viaje épico, nos encontramos con diferentes personajes e historias que de alguna forma u otra aportan a la gran misión en la que descansa el destino de todos. Un largo desfile de razas, criaturas mitológicas, ominosas y malignas, escenarios fantásticos, grandes batallas, pasa frente a nuestras mentes perplejas, bajo la prosa retórica del profesor, rica en metáforas e imágenes que nos recuerdan ese lenguaje simbólico de antaño, dotando las descripciones de un carácter plástico y a veces lírico.

Si bien, las amplias descripciones de Tolkien pueden resultar abrumadoras, pero precisamente responden a una de las principales características del género fantástico que él instauró con su obra.  Todas esas descripciones sirven para dotar de verosimilitud a su universo ficticio. Aportan ese realismo de representación del que habla C. S. Lewis, haciendo su mundo casi palpable, sin que nada de lo presentado nos resulte extraño.  De vez en cuando, el profesor hace de sus personajes bardos que entonan versos cargados de una belleza y un espíritu mítico inigualables, envolviéndonos cada vez más en su exuberante universo de héroes y seres mitológicos.
Ilustración de las Puertas de Moria por el artista John Howe

Cabe resaltar la complejidad en la concepción de cada raza, llegando a constituir de ellas culturas propias, con su particular historia, idioma y costumbre. Y dentro de ellas, mención aparte merecen los elfos, ideal de la belleza y la sabiduría, seres inmortales que al estilo de los dioses griegos son solo susceptibles a ciertas pasiones humanas, aunque si bien con una mayor resistencia. Asimismo, se destaca la raza de los hombres, tan cara a su creador, mostrada como la más vulnerable a la corrupción, pero sobre la cual descansa la mayor esperanza del mundo.

  El profesor, como lingüista y conocedor del inglés antiguo, dotó a sus lenguas ficticias de una funcionalidad y un carácter fónico impresionante. Cada detalle es cuidado con la precisión de un arquitecto, haciendo de la obra todo un engranaje complejo.

Los personajes suelen ser arquetipos, al estilo de los mitos y epopeyas.  Por un lado, están aquellos que representan el bien y las grandes virtudes y por otro los que encarnan el mal.  Entre los primeros se destacan Gandalf, el mentor y guía de Frodo, y también Aragón, el héroe, heredero del último de los grandes reinos de los hombres. Estos dos tipos con frecuencia han sido comparados con la figura de Jesucristo, por la similitud entre su conducta e historia y la vida del hijo de Dios.  Y en el segundo grupo se encuentra  Sauron, el señor oscuro, el verdadero señor de los anillos, un personaje que para el momento de la historia se presenta como una amenaza silente, un rey en un tablero de ajedrez que permanece impertérrito mientras los peones y demás piezas libran las batallas por él. Y así ambos grupos se acercan a la concepción cristiana del bien y el mal, influencia a la que Tolkien, como católico devoto, no podía escapar.

En este sentido se aprecia una enorme carga simbólica, la cual el profesor siempre negó, puesto que él no concibió su historia como una gran alegoría. Sin embargo, por su carácter mítico, la obra no escapa de las connotaciones figurativas de sus personajes y sus circunstancias, comunicándonos algo trascendente.

Pero entre los personajes cabe resaltar la figura del protagonista la cual escapa de esa definición arquetípica del héroe.  Frodo no tiene ninguna virtud excepcional más allá de su buena voluntad, bondad y valentía. No es el más fuerte y bello de todos, tampoco ha sido favorecido con algún poder especial o por tener sangre divina en sus venas, al estilo de los héroes griegos. Es un simple Hobbit, una criatura pequeña, perteneciente a una cultura de vida sencilla y campestre, una raza que no parece inmiscuirse en los asuntos de los otros, y cuya única preocupación en el mundo es comer, labrar la tierra y fumar un buen tabaco. En un principio Frodo no aparenta estar destinado a llevar a cabo la misión, el anillo llega a sus manos tras una serie de casualidades, pero al igual que Edipo no huye de su realidad y la acepta. No es el ejemplo de un individuo perfecto, al final termina cediendo ante el poder del anillo, poniendo en peligro el destino de todos. En efecto se nos muestra lo más humano posible, la imagen del héroe moderno, más cercano al individuo promedio, con el cual es posible identificarse. Y allí radica la grandeza de este personaje único en su tipo.
Ilustración de Frodo Bolsón y Gandalf por Alan Lee

Asimismo, en relación con Frodo se nos presenta a Gollum, una criatura voluble y abominable que encarna la corrupción a la que arrastra la codicia del Anillo Único. De todos los villanos es quizás el único que inspira empatía, puesto que no se nos presenta como una fuerza distante, sino como un ser miserable, producto de sus malas acciones, que a veces nos despierta lástima. Y al final se erige como la gran ironía de la historia: el villano que salva al mundo mediante un acto de maldad.

Como se mencionaba al principio, hay que ver la obra desde su contexto ficticio, pero también desde el punto de vista de un relato con connotaciones clásicas. Compararla con la realidad nos llevaría erróneamente a percibir personajes planos y calificar el argumento como predecible.  La obra configura una historia donde la desfamiliarización alcanza altas notas, al igual que en los cuentos de hadas o los mitos, donde los personajes “son como espectros que se mueven en otro mundo” (Lewis, 1961). Las experiencias de los personajes se nos son ajenas, sus historias sirven para invitar a la reflexión, buscando alguna correspondencia con nuestra realidad, más no constituyen ejemplos de la realidad misma.

A pesar de que la historia nos envuelve en este mundo de personajes y situaciones fascinantes, a modo de evasión, como toda obra literaria no escapa a su contexto inmediato.  También es víctima del espíritu postmoderno y la fuerte crisis espiritual dejada por los últimos vestigios de los grandes conflictos bélicos del pasado siglo XX. Tolkien, víctima también de estas circunstancias, refleja su experiencia como soldado a través de algunas de las peripecias a las cuales se enfrentan sus personajes. Este aspecto se percibe precisamente en Frodo, quizás el más afectado por todo lo acontecido. Como soldado que vuelve del frente, traumatizado y con un enorme sentimiento de pérdida, el pequeño Hobbit se verá marcado por una doble herida física y emocional que nunca ha de curar y que le recordará siempre su enorme sacrificio. Aunque se haya logrado la paz, el mundo para Frodo ya no es el mismo, está impregnado de las cicatrices de la guerra, y en este lugar él ya no encuentra cabida, por eso parte al final de la historia. Todo ello revela el espíritu propio de nuestra época, envuelto a veces de un sentido pesimista ante el mundo, que nos lleva a decir al igual que Sam “cómo el mundo puede lograr ser el mismo, cuando han pasado tantas cosas malas”.
Ilustración de Alan Lee para el calendario Tolkien 2007

En definitiva, el Señor de los Anillos constituye una obra magnífica, una historia de la lucha ancestral entre el bien y el mal, mostrada en un formato fresco y renovado. Es un texto amplio de carácter clásico, pero que a la vez se respira tan cercano a nuestro tiempo. Si bien, algunos sostendrán que solo es un mito artificial, que no se concibe como una tradición en términos antropológicos, pero no se puede negar que ejerce sobre nosotros la misma experiencia trascendental, a veces numinosa, de los relatos y leyendas del pasado. Por su permanencia, la genial prosa de su autor y el carácter icónico de sus personajes, la obra merece ser considerada como uno de los grandes mitos de nuestros tiempos.


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