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El señor de las moscas: un examen sobre la naturaleza humana



Portada de la edición de Alianza Editorial

Existen historias que con el tiempo se vuelven icónicas, adquiriendo su permanencia en el imaginario colectivo. El señor de las moscas es una de ellas. Escrita por el 
inglés William Golding, premio Nobel (1983), la novela se ha convertido en uno de los clásicos  más emblemáticos de la literatura inglesa contemporánea. Su lectura continúa siendo un imperativo en institutos y centros escolares de Inglaterra y Estados Unidos, manteniendo una popularidad notable.

 A simple vista, la historia narrada parece el argumento de una película de misterio o un thriller sobre un naufragio: tras un accidente aéreo, un grupo de niños queda atrapado en una isla desconocida, sin la compañía de algún  adulto; uno de ellos trata de poner orden entre todos, buscando sobrevivir en aquel ambiente, mientras decide encender una hoguera permanente con el fin de que algún buque la vea como una señal para rescatarlos; pero su propósito se ve frustrado por la actitud hostil que más tarde adopta otro de los sobrevivientes, quien termina por dividir al grupo. 

Según una fuente de Wikipedia, el título hace referencia a Belcebú que supuestamente también es llamado con este sobrenombre. En la obra, “El señor de las moscas” aparece mediante la imagen tétrica de una cabeza de jabalí clavada en una estaca, la misma termina declarándose como la “bestia” que los niños veían en la isla. Pero su presencia encierra un sentido más metafórico que literal. Alrededor de la obra se cierne una pregunta filosófica trascendental: ¿El hombre es malo por naturaleza? Rousseau había respondido que el hombre es bueno por naturaleza y que la sociedad es la que lo corrompe. Quien ve las acciones de algunos de los personajes llegaría a afirmar lo contrario, pero el autor plantea algo diferente a la naturaleza o la sociedad como causa de ello; para él, el miedo es lo que termina por corromper al hombre, el miedo que puede transformarse en odio, muerte y desesperación, llevándonos a cometer actos inhumanos. En la obra precisamente la imagen de la bestia es la que encarna al miedo y aparece como algo interno al hombre, algo que parece estar presente en cada uno de nosotros. No es el diablo que nos atormenta, es ese temor el demonio pernicioso que habita en nuestro interior, alimentado por la ignorancia. 

Respecto a ello el autor trata el tema de la decadencia humana y la pérdida de la inocencia. Es algo de esperarse de un escritor de la postguerra, poseedor de una visión pesimista del mundo. La obra no sólo posee un trasfondo filosófico importante, sino también político y social; en la historia se ve como fácilmente se quiebra la democracia ante la fuerza del salvajismo. Por algo es considerada como la Fábula Moral del pasado siglo, que se vio marcado por tantos conflictos.


En su forma, la obra presenta una lectura rápida, pero requiere de cierto detenimiento a pesar de su corta extensión. El lenguaje es claro, aunque de vez en cuando cargado de metáforas e imágenes que producen un efecto ilusorio del paisaje descrito. El relator hace bien su papel de narrador externo, limitándose a referir los hechos con un estilo parco que ciertas veces se ve contrastado por ingeniosas descripciones.


 En definitiva, El señor de las moscas es una novela extraordinaria que plantea un examen sobre la naturaleza humana, a través del drama de unos niños abandonados a su suerte, expresado bajo una prosa austera, pero  sugestiva.  Desde mi punto de vista, la lectura no logra ser todo el tiempo interesante, pero sí inquietante, gracias al buen manejo del suspenso. No es de extrañar que sea lectura exigida en las escuelas anglosajonas, pues en ella se expresa la mentalidad del hombre inglés.

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