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El Gran Gatsby: un deseo infructuoso por aferrar el pasado

Leonardo DiCaprio como Jay Gatsby en la adaptación cinematográfica El Gran Gatsby (2013)

Una de las ideas más vigentes de la filosofía estoica plantea que los dos grandes males de la humanidad consisten en el apego al pasado y la preocupación por el futuro. Este aspecto se refleja en El Gran Gatsby, novela del norteamericano Francis Scott Fitzgerald, publicada en 1925 en medio de la época tumultuosa de los años veinte.  Constituye la historia de la figura misteriosa de Jay Gatsby, un millonario cuya vida y fortuna son el objeto de especulaciones y turbios rumores por parte de quienes le rodean.

Narrada desde la perspectiva de Nick Carraway, a modo de testimonio, la novela arranca con una sucesión de fiestas fastuosas, al ritmo de Jazz, licor y   desenfreno total, bajo el patrocinio de su anfitrión, Jay Gatby, con un discurso cargado de resúmenes, polisíndeton y metáforas que revelan la perplejidad de quien presencia los hechos. Y luego ese discurso va a parar en el drama de cuatro parejas, cuyas vidas se ven entrelazadas por la mácula del adulterio. Nick, un joven emigrante que llega a New York, se convierte en testigo de todos estos acontecimientos, primero como vecino de Gatsby y luego como su amigo íntimo, haciéndose partícipe de sus confidencias y convirtiéndose de ese modo en la única persona que logró conocerlo en verdad.

El Gran Gatsby   revela el deseo infructuoso por aferrar el pasado. Su protagonista, un héroe de connotaciones trágicas, fabrica una identidad y una vida ficticias, marcadas por la opulencia y el glamur, solo para atraer al amor de su juventud, Daisy Buchanan, una joven hermosa y superficial, pretendiendo con ello reconquistarla y recuperar el pasado perdido. Detrás de ese hombre aparentemente exitoso se encuentra un joven de orígenes humildes, que durante su servicio en el ejército norteamericano tuvo la oportunidad de conocer a la bella Daisy, de quién cayó perdidamente enamorado. Pero la chica se encontraba en un nivel mucho más alto que el suyo, y se separó de ella entendiendo que no podía ofrecerle el mundo al que estaba acostumbrada, no obstante, conservó la promesa de regresar a ella con aquel mundo en sus bolsillos. E impulsado por esa idea, valiéndose de su ingenio y ambición, se hace de una gran fortuna, y regresa cinco años después. Entonces empieza a ofrecer fiestas suntuosas para llamar la atención de Daisy, pero terminará por darse cuenta muy tarde que aquello no era precisamente lo que a ella le atraía.  Para Gatsby el reloj no daría marcha atrás, su amada había formado una familia con otro hombre, y a pesar de eso nuestro héroe se aferra inútilmente a su esperanza.

En algunas manifestaciones de su conducta, todos los personajes principales de la novela resultan censurables. En este sentido se destaca la antítesis de Gatsby en la novela: Tom Buchanan, el esposo de Daisy, un hombre de doble moral sobre el cual recaen todas las actitudes prejuiciosas: el racismo y el marcado machismo de la época. La misma Daisy es víctima de este machismo, llegando incluso a menospreciarse a sí misma y a afirmar que lo mejor que una chica puede hacer en el mundo es ser tonta. La vida de ambos se ve marcada por la apariencia ante la sociedad, la cual pretenden conservar a toda costa. El narrador los describe como un par de desconsiderados para quienes sus acciones estaban justificadas, “destrozaban cosas y personas y luego se refugiaban detrás de su dinero o de su inmensa desconsideración…y dejaban que otros limpiaran la suciedad que ellos dejaban” (El Gran Gatsby, capítulo 9). Inclusive el narrador, que se ve envuelto en toda la trama interviniendo en muy pocas ocasiones, no escapa a la censura, pues en su intento por mostrarse como el más honrado cae en la autocomplacencia, que implícitamente se revela en su prosa sofisticada.

Tal vez el menos reprobable de la historia sea el propio Gatsby, y habría que darle mérito a Nick al decir que, en relación con los Buchanan, él valía más que todos ellos juntos.  Si bien, tuvo que recurrir a acciones ilícitas para amasar la enorme fortuna que ostentaba, pero todo ello respondía a su sueño incorruptible, un sueño que delataba el carácter ingenuo de su persona. Con frecuencia se nos muestra como un hombre de un gran espíritu optimista, pero su optimismo parece desviarse por el camino no habitual; el pasado. 
No podemos repetir el pasado?exclamó, incrédulo. ¡Claro que si podemos! (El Gran Gatsby, capítulo 6). 
Poseía una fe ciega en asir ese tiempo pretérito que paradójicamente constituía su único futuro.

Y si Gatsby es la víctima del pernicioso apego al pasado, Myrtle lo es de la ilusión en el futuro. La pobre mujer sueña con un porvenir al lado de Tom que nunca logrará materializarse, porque él, como hombre de sociedad, no es capaz de abandonar a su esposa, a la que todavía ama. Y así Myrtle se ve conformada con ser su amante, y experimentar a ratos una vida ilusoria junto a él, una vida que tanto a ella como a Gatsby no les pertenece. Y al igual que el protagonista, se lleva la peor parte de las todas las consecuencias del conflicto.
Todos estos personajes se desenvuelven en medio de una sociedad hipócrita, que muestra una falsa simpatía en la abundancia, pero se ausenta en las desgracias. Es así como Gatsby al final de su tragedia, se ve abandonado por las mismas personas que le sonreían y disfrutaban de sus impresionantes fiestas. En efecto su vida no era más que una ficción dentro de la cual lo único real era el amor que sentía por Daisy.

Resulta interesante observar el carácter simbólico de la luz que Gatsby observaba brillar sobre el muelle de Daisy. Quizás no sea fortuito el hecho de que esa luz sea precisamente verde, pues representa la esperanza a la que Gatsby extendía sus manos, tratando de asirla. Aparecía ante él tan cercana, como la promesa no pronunciada por Daisy de regresar junto a él, pero aquella esperanza era solamente lo que proyectaba:  un diminuto lucero que se hallaba distante, perdido entre la niebla o la oscuridad.  Y como menciona el narrador al final de la historia:
 ...así seguimos, golpeándonos, barcas contracorriente, devueltos sin cesar al pasado (El Gran Gatsby, capítulo 9).
En resumen, la novela de Fitzgerald es la historia de las consecuencias infaustas que puede acarrear el apego al pasado, a la nostalgia, a la idea de restaurar lo que ya estaba perdido. Quizás nos resulte dramático cómo esto se resuelve en la novela, pero manifiesta un sentido clásico que en opinión de algunos la convierte en unos de los mitos modernos. Es un relato de su época, un reflejo de los locos años veinte, con toda la artificiosidad y opulencia de la clase adinerada y los vicios de sus miembros, en contraste con la vida azarosa de los pobres. Nos recuerda el mal al que el hombre no puede escapar, pues el pasado, a pesar de todo, se erige como lo único que en verdad nos pertenece, lo único que paradójicamente permanece en nuestras mentes.

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