Gran parte de los planteamientos que Friedrich Nietzsche hizo sobre la moral se encuentra en dos de sus obras capitales: “La Genealogía de la Moral” y “Más allá del Bien y el Mal”. Pero en otros de sus escritos como “Así Habla Zaratustra”, “El Anticristo” y “La Voluntad de Poder”, se hallan algunos aspectos que nos permiten ampliar sus reflexiones en torno a la moral y las cuestiones éticas.
En sus planteamientos el filósofo alemán parte de la crítica a la moral tradicional, la moral según él impuesta por el judeocristianismo. Ve esta moral como un instinto de degeneración, ya que los códigos morales limitan la naturaleza del ser humano y reprimen sus impulsos vitales. Para él todos los valores fundamentados en esta moral son decadentes, puesto que van en contra de la vida misma.
Esta crítica parte de una crítica general dirigida a la cultura occidental, la cual, según Nietzsche, se halla en un estado de decadencia que surge y se extiende a partir de Sócrates y la imposición de sus ideas por medio de Platón. En su obra “El Origen de la Tragedia” plantea que en la Grecia arcaica existían dos dimensiones de la realidad que pueden traducirse como las visiones del ser humano que poseían los antiguos griegos y que eran expresadas mediante dos de sus deidades principales: Apolo y Dionisio. Apolo representaba la racionalidad, la prudencia y el orden, en contraposición con Dionisio que encarnaba los instintos y el desenfreno. En la Grecia arcaica existía un equilibrio entre estas dos dimensiones: la apolínea, y la dionisíaca. Pero a partir de Sócrates y la influencia de su filosofía racional, se rompe el equilibrio y se impone la visión apolínea. Y así se mantuvo a través de Platón y más tarde el Cristianismo en la Edad Media terminaría por adoptar esta doctrina. Desde entonces la visión dionisíaca se ha visto como un instinto de degeneración.
En su obra “La Genealogía de la Moral”, Nietzsche indaga respecto al origen de los valores morales. Analiza la etimología de los conceptos “bueno” y “malo” y advierte que con el Cristianismo ocurre una transvaloración de los mismos, es decir, una inversión de lo que originalmente significaban. En la antigua Grecia, el bueno constituía el fuerte, el noble, el dominador, mientras que el malo describía al débil, al plebeyo. En una palabra, el concepto “bueno” designaba a los aristócratas (de aristoi, los mejores) y “malo”, al esclavo. De allí que Nietzsche distinga dos clases de moral: la moral del amo y la moral del esclavo. El cristianismo termina imponiendo la moral del esclavo y ocurre la transvaloración de los conceptos anteriormente señalados, cambiando así de significado.
Más adelante, en su obra El Anticristo, el filósofo alemán definiría lo “bueno” como todo lo que eleva en el hombre el sentimiento de potencia, la voluntad de potencia, la potencia en sí; y lo “malo” como todo aquello cuyas raíces residen en la debilidad (El Anticristo, II).
Nietzsche entiende que un animal, una especie o un individuo están corrompidos, cuando eligen y prefieren lo que es desfavorable para ellos (El Anticristo, VI). Esto aplica al hombre que adopta los valores de decadencia y degeneración impuestos por la moral tradicional, ya que dichos valores niegan la vida misma.
En definitiva, Nietzsche rechaza la moral tradicional; para él encarna los valores y principios más corrosivos. Invita al ser humano a la destrucción de dichos principios y a instaurar unos nuevos que sean fieles a la vida y a los impulsos. Su filosofía moral es una filosofía de autorrealización que llama al ser humano a abrazar la vida a plenitud. Su discurso cargado de aforismos y sentencias, con un lenguaje vehemente, puede resultar polémico y hasta contrario a lo que convencionalmente se acepta dentro de los parámetros éticos, pero deja ver muchos aspectos que invitan a la reflexión y a la detenida revisión de lo que conocemos. No es de extrañar que su filosofía sea una de las que más ha influido en el pensamiento contemporáneo y postmoderno. Algo que no se pone en duda en su filosofía es el hecho de que no existen valores absolutos o trascendentales. Todos los valores son relativos, de allí se explica que sean distintos en cada cultura y cambien a través del tiempo. No son universales ni objetivos, sino que constituyen una proyección de la subjetividad del individuo.
Es posible que actualmente estemos viviendo la próxima transmutación de los valores.
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