En el género de la novela nos encontramos con todo tipo de temas; algunos bastante inusuales o novedosos, y otros en apariencia simples, pero que guardan cierta significación por el modo en que son trabajados por los novelistas. Un libro que ilustra este último aspecto lo constituye La Broma, primera novela escrita por el autor checo Milan Kundera. Publicada en 1967, la obra nos anticipa en su título el contenido explícito de la misma, al estilo de novelas realistas como Crimen y Castigo, pero encierra una profunda reflexión sobre los hechos narrados, por más superficiales que puedan parecer.
La Broma es la historia de Ludvik Jahn, un joven estudiante perteneciente al partido comunista checo, quien lleva a cabo una acción inmadura, una "broma" como él mismo la denominó, en la que envía una postal a su novia, mofándose del optimismo imperante. Aunque las motivaciones del hecho fueron en su naturaleza egoístas y respondían a la actitud de un joven enamorado necesitado de atención, tal acción fue vista como una afrenta contra el partido. En consecuencia, Ludvik comparece ante los dirigentes de la agrupación política, los cuales terminan expulsándolo del partido y de la universidad. A partir de entonces el joven bromista se ve obligado a prestar servicio en un grupo militar destinado a los traidores del régimen.
Toda la historia es narrada en primera persona, desde la perspectiva de cuatro personajes, incluido el protagonista. El cambio de perspectiva de un personaje a otro en ocasiones va acompañado de un salto temporal, confluyendo dos líneas temporales: una referente al pasado del protagonista y otra con la que inicia y termina la novela. Esto hace que el hilo de la historia tambalee, y a efecto del engarzamiento algunos eventos contados pueden resultar prescindibles, pero al final constituyen piezas necesarias para edificar todo el armazón narrativo. Las evocaciones y las descripciones se hacen presentes con frecuencia, pero sin obstaculizar las acciones. El lenguaje es claro y se adapta a las condiciones de cada personaje que narra. Pero la novela no solo se destaca en la estructura, sino también en las reflexiones del protagonista, pensamientos de cierto carácter filosófico en los que él nos habla sobre el amor, los errores de la juventud y el comportamiento de los hombres. Ludvik Jahn se nos muestra como una persona que no parece encajar en su entorno, así como los héroes de La náusea y El extranjero. En sus monólogos interiores se refleja como un ser incomprendido, que actúa de mala fe (en los términos expuestos por Jean Paul Sartre), buscando justificarse para no reconocer la responsabilidad de sus acciones. Señala culpables exteriores cuando él mismo ha sido el causante de su miserable destino. Sumido en el infortunio, se alberga en el resentimiento, el cual lo persigue aun después de lograr su reivindicación ante la sociedad. Aunque en un momento logró hallar el amor, lo termina perdiendo a causa de su torpeza. Es posible que su actitud lo haga ver como un ser egoísta, pero responde a la inmadurez propia de los jóvenes en busca de identidad, que como señala el propio autor “...no están hechos del todo, pero se encuentran en un mundo que ya está hecho y tienen que actuar como hechos”. Y a nuestro héroe le tocó vivir en una sociedad comunista que se muestra represiva, suprimiendo la individualidad de las personas. Ludvik cae una vez más, víctima de su propio juego, viviendo en una broma permanente que es la vida misma.
En fin, La broma constituye una novela reflexiva que nos muestra, bajo una atmósfera en ocasiones humorística y en otras, nostálgica y pesimista; cómo a veces las acciones más insignificantes pueden acarrear enormes consecuencias. Es una de esas historias que se vuelven a leer con mayor curiosidad, retornando a aquellos momentos aparentemente superados, para encontrar detalles que se pudieron escapar en la primera lectura.
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